Eterna Oscuridad Cap 8
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Eterna Oscuridad Cap 8
Nuevo León
2 de marzo de 2009
9.21 h
Casi sentía un poco de lástima al ver el cadáver que estaba frente a ella.
Casi.
Miró la sangre que se derramaba lentamente, ya no bombeaba su corazón y ya no podría salir más, pero la sangre que había lanzado al recibir el disparo era la que se esparcía.
Miró su mano, miro su revólver. No le había preocupado el ruido que pudo haber causado, ya se había preparado para una situación así semanas atrás, había mandado sellar todo con plomo (le habían dicho que con eso no se oiría nada y prefirió creerlo fuera verdad o no, usó como escusa su “condición” y la radiación del sol) fue por la noche, nunca nadie lo supo.
Sí, incluso que tuviera que matar a alguien en la misma dirección ya había sido planeado.
Todo había sido cuidadosamente planeado.
Los asesinatos, las juntas, el orden…
Pero no podía evitar sentir que alguien interfería con sus planes, parecía que todo se estaba precipitando. Lo sintió por primera vez el día anterior, cuando alguien deliberadamente atentó en su contra… bueno eso pensó por un momento. En seguida supo que se había tratado de una terrible coincidencia, después de todo nadie sabía que era ella ¿O sí? Le aterró pensar que sí y no le restó importancia las cosas habían cambiado, sus planes tenían que acoplarse a la situación.
Como el cadáver que ahora tengo enfrente.
Lo del día anterior… eso… No. Los sentimientos van fuera de esto, se reprochó.
Pero no podía evitar sentir… una sensación extraña.
Tranquila, se dijo, esto pasará.
Miró el cadáver de nuevo. Tenía que encargarse de ella (o lo que quedaba de ella) cuanto antes y de los demás, se tenía que encargar cuanto antes de los demás. Una llamada, con eso sería suficiente.
Su madre quizá era la mejor opción, su madre siempre ayudaba en estos casos.
O su hermana. Sí, su hermana también era muy útil, no la había ayudado como su madre pero era quizá más útil que ella.
Pero para este caso es mejor… no supo terminar la oración, ninguna era mejor que la otra en ambas habría sospechas, en ambas habría cierto disturbio…
Cierto disturbio. ¡Claro!
La policía vino porque una chica estaba causando mucho disturbio, se la llevaron a su casa y harta de los malos tratos de la Directora y el poco caso que hacía a sus exigencias la había llevado a la salida fácil. El suicidio. Sí, esta vez más dramático que los anteriores, con un arma. Pero también había sido un suicidio
Pero había que hacer cambio de planes, acelerar las cosas a partir de ahora. Porque la estúpida de Verónica, de quien ya tenía suficiente e incluso después de muerta seguía causando alboroto, se había metido en sus planes y los había cambiado todos.
Todo había sido tan preciso… Hasta el día anterior en el que alguien más también había interferido.
Tranquila, todo seguirá bien. Pronto se consumará será tiempo de decir “y no quedó ninguno…” o “dieciocho menos dieciocho da cero…” se burló un poco de las frases que había leído por algún lado y que le habían gustado.
Caminó de nuevo hasta su escritorio, tenía que hacer una llamada.
Entonces pasó al lado del espejo que siempre estaba ahí.
Y se miró ahora a ella misma.
Vio su ojo quemado y se burló también.
Todo comenzó con eso, ¿Verdad?, decía burlona, fue esta la causa de todos los homicidios. Debí ponerme los lentes con ella. Fue mi ojo lo que le dio la respuesta. Al menos, murió con la verdad. Pobre y desdichada Verónica. ¿Cómo se sienten las cosas ahora?
Miró el cadáver una vez más. Sintió asco y se rió de nuevo.
¡Qué divertido!
Últimamente todo resultaba muy divertido, quizá se había vuelto completamente loca.
Lo que hacía, ciertamente, no lo haría una persona “normal” pero ella no era normal, nunca lo había sido.
Aún recordaba ese día del incendio, los había visto correr y ellos nunca se percataron que ella los había visto huir cómodamente esperando la muerte. ¡Y la muerte llegó!
Casi sintió alivió al pensar en la muerte.
Casi.
Se los imaginaba con sus conciencias corroídas lentamente por haber causado tal desgracia a una mujer tan fuerte, sana y llena de futuro.
No se lamenten, me hicieron un favor, pensaba mientras reía.
De nuevo volvió a pensar que estaba loca. No. Los locos no saben que lo están, así que estaba bien.
Soltó una carcajada.
Es sólo que todo esto, la hacía sentir muy bien, era ese el motivo de la risa, de la carcajada.
¿Estaba tan mal parecer una loca sólo porque uno se siente tan bien?
No. De hecho cuando uno está bien es lógico que se ría, que se divierta.
Sí, ella estaba bien, estaba muy bien.
Pero (siempre un maldito pero), pensó que la gente normal no se ríe de las personas que se mueren… Pero ella no se reía de ellos, se reía de lo que pensaban y de lo asustados que estaban ¿Eso era una locura?
Ja, ja, no, eso es normal, decía reprimiendo una risa que cada vez era más incontrolable.
Se acordó del incendio, y sonrió. Se acordó de los muertos y rió. Se acordó de los muchachos asustados, temerosos, confundidos, desconfiados y frágiles que aún estaban vivos y lanzó una ruidosa y estrepitosa carcajada.
Si alguien hubiera estado a su lado, lo habría sabido. Esa mujer había perdido totalmente la razón. Sí, esa mujer estaba completamente loca.
Nadie se quedó en el parquecito en el que, tiempo atrás, solían quedarse horas y horas platicando, divirtiéndose, riendo. Nada de eso existía en el presente, cada uno regresó a sus respectivas casas, incluso los que hacían (casi) el mismo recorrido no habían pronunciado palabra en todo el viaje. Sólo una persona no se fue directamente a su casa.
Ella tenía otras cosas en mente, actuaría como nunca había actuado. Se pondría seria, haría las preguntas correctas, quizá sí se permitiría (¿Por qué no?) una o dos risitas sin mucho escándalo. Pero hablaría enserio. Quería que todo terminara pronto, que todo terminara bien para ella, los demás, francamente, no importaban tanto como para arriesgar su vida por ellos. Sólo arriesgaría su vida por una persona: ella misma.
Caminó a la dirección, cada paso era divertidísimo, a cada paso le daban ganas de reírse a carcajadas como solía hacer.
Siempre la callaban y ya estaba harta de eso. Pero no le importaba, seguiría riendo hasta que se quedara sin risa y creía que eso nunca pasaría a menos que estuviera muerta y le resultó gracioso.
Llegó a la dirección y no se molestó en preguntar si podía entrar o no. La secretaría avanzó detrás de ella y la directora (quien tenía la puerta abierta) le hizo un ademán para que se detuviera.
Viri: Buenas tardes, Directora. Me llamo Viridiana Esmeralda Espino Castillo soy del grupo ciento uno, ése al que llaman “talento”, vengo… yo… Sé que una chica vino aquí antes que yo, su nombre es Verónica Molina, quizá le pudo haber hablado de muchas, muchas cosas. Algunas pueden se ciertas, otras no del todo… pero yo… quiero pedirle, escúcheme bien: pedirle, ni siquiera exigirle que todo esto termine lo antes posible… No sé si usted tenga el poder para hacerlo, pero sé que tiene un poder, al menos, para evitarlo o mejor dicho para facilitarlo…
Directora: Entiendo tus puntos y sé a qué te refieres. Es cierto, vino esa chica aquí pero al parecer no halló alguna solución y se ha marchado, quizá no la vuelvas…
Viri: Oh ya lo sé, ella misma me dijo que no sabríamos nada más de ella desde el momento en que viniera a hablar con usted.
Directora: Es un poco dramática tu amiga.
Viri: Lo es, sí, lo sé… pero debe de entender
Directora: Entiendo perfectamente…
Viri: ¿En serio?
Directora: Sí, aunque lo dudes.
Viri: Yo no dudo de nada… es sólo que…
Directora: Sé lo que estás pensando
Viri: Ni siquiera yo lo sé
Directora: Cálmate, ya todo está para terminar, para ti y para todos tus amigos… especialmente para ti.
Viri: ¿Lo dice enserio?
Directora: Por supuesto…
Y terminando de decir eso lanzó una carcajada. Viridiana observó como sus ojos se llenaban de lágrimas, eran parecidas, las dos lloraban cuando se reían demasiado. Entonces no pudo más y, también, soltó una ruidosa carcajada. La puerta se cerró tras ella y su carcajada terminó.
En aquellos momentos Machuca divagaba sobre el futuro incierto que aún le esperaba (si es que tenía un futuro realmente). La muerte de sus compañeros le había hecho replantearse toda su vida ¿Había hecho lo que había querido? ¿Había logrado lo que había deseado? ¿Había alcanzado un momento en el que irse no representaría una derrota? Se respondió que no a todo. En aquel instante su madre acababa de salir, sus hermanos trabajaban. La soledad era algo que siempre le había gustado (no para quedarse solo una vida entera, pero sí para desear un rato a solas y hablar consigo mismo). Aunque, a veces, siempre deseaba cierta compañía, se preguntaba por qué no estaría él a su lado ¿Qué tiene que hacer una persona para ser feliz?
Si tan sólo él estuviera conmigo ahora, podría morir tranquilo, no me importaría no saber quién nos causa todo esto, por qué o nada de esas mierdas… si él estuviera conmigo hasta me gustaría morir…
Y, al parecer, la mitad de sus deseos fueron concedidos.
Fue tan rápido que en seguida lo olvidó, pero reconoció la voz de quien había hablado la tarde anterior. ¡¡El detective Rigg!! Claro, teniendo como ayudante un policía todo resultaba más fácil, ahora lo entendía. Quizá aunque las declaraciones (eso de que nunca nadie veía a nadie salir de las casas donde se cometían los crímenes o que no se escuchaba ruido alguno o, incluso, que la escena estuviera tan limpia de huellas o cosas que sirvieran para inculpar a alguien) eran falsas, como todo lo que había dicho la policía hasta ahora. Todo era una mentira, una red de engaños fríamente labrada para impedir que unos simples estudiantes resolvieran ese acertijo solos, porque sin la policía estaban solos. Ellos eran su única ayuda y si la ayuda también era el enemigo… entonces ¿¡Qué carajo!?
Su amigo dormía profundamente, no entendía como había podido conciliar el sueño, ella lo había intentado pero no había logrado más que bostezos sin sueño.
No lo soportó más y despertó a su amigo.
Jessica: Beto, Beto, despierta…
No respondía.
Jessica: ¡BETO!
No se movía. Jessica llevó su mano a la nariz de Beto y sintió su respiración.
Jessica: ¡¡¡Detective Rigg!!! Algo le pasa a mi amigo… ¡¡No respira!!
Escuchó algo como “maldición” y luego las puertas abrirse de par en par.
Ese era el momento, tenía que aprovecharlo.
Pilar estaba sentada en su cama, estaba llorando, sumergida en pensamientos que no la hacían sentirse mejor. No podía evitar sentir culpa, ella había causado todo, absolutamente todo, todo había sido su culpa… Porque ella pudo haberlo detenido en cualquier momento, pero prefirió seguir por eso, aunque no fuera culpa suya, se culpaba de todo.
¿Y dónde demonios estaba Mariza? Esa puta fue la que inició todo. Y ahora sin más ni más desaparece como la cabrona que es.
Aunque trataba, no lograba calmarse, no lograba responderse ninguna pregunta ni siquiera usaba el “Porque…” se le hacía estúpido en un momento como ese… Bueno siempre le había parecido estúpido pero ese era el chiste y ahora no era momento para chistes.
Siguió llorando.
Ricardo estaba acostado en su cama, oía música. Eso era lo único que lograba relajarlo en un momento como ese. Cuando se ponía sus audífonos y ponía su música a todo volumen se transportaba lenta o rápidamente a otro mundo, dependía mucho de la canción la velocidad con la que ocurría eso. Recibió una llamada que interrumpió abruptamente su canción. Era Madison quien llamaba.
Ricardo: Hola, Madi ¿Cómo estás?
Madison: He estado mucho mejor…
Ricardo: Si lo sé
Madison: ¿Tienes tiempo para platicar?
Ricardo: Todo el que quieras…
Paco estaba sentado al lado de la camilla, no se había movido del asiento desde que había llegado. No importaba lo doloroso o insufrible que se le hiciera cada segundo ahí. No se movería ni aunque un incendio atacara el hospital… bueno, tal vez sí pero se la llevaría a ella consigo. No había parado de hablar desde que había llegado, contaba cada detalle del día, no solía recordar aspectos muy importantes pero desde que “eso” le había sucedido a ella recordaba todo muy bien, no quería que ella se perdiera ningún detalle.
Paco: Entonces llegó Vero y nos contó sobre sus deducciones. Mariano trató de negarlo pero no tuvo ni con qué, Vero los atacó por todos los lados no tuvieron ni cómo contraatacar je, je. Ya verás pronto recibirán su merecido, tú te pondrás mejor y así. ¿Crees que ellos hayan causado todo esto? Como lo que te pasó a ti, por ejemplo.
No sabía si ella podía escucharlo, los doctores habían dicho que no pero ¡qué diablos!
Paco: Luego Vero se fue. Se veía muy alterada… bueno todos lo estábamos pero creo que ella más que nosotros.
Y siguió con un monólogo que parecía no iba a terminar pronto.
Entonces todo sucedió de manera tan inesperada como rápida. No es que no lo viera venir era sólo que no estaba preparado para tal acontecimiento. Las luces se fueron de una manera insólita que por un momento dudó si no había sido él quien se había apagado. Entonces comprendió que aún era él mismo, que aún podía moverse, hablar, gritar no lo sabía, no lo intentó, pero ganas no le faltaron, pero fue como si se paralizara de pronto. La puerta fue golpeada. No le cabía duda de que habían ido a “buscarlo” a él.
Se escondió bajo una mesa. Ya sabía que era un escondite estúpido y ridículo pero no le importó, fue el mejor lugar que encontró.
Sus ojos se iban acostumbrando a la oscuridad, no podía ver con claridad, pero sí distinguía formas y siluetas.
Si tan sólo él estuviera conmigo… esto no me molestaría, no me asustaría… ¿Por qué las cosas tienen que ser así? ¿Por qué terminar de esta forma tan cruel? ¿POR QUÉ?
Oyó que alguien susurraba su nombre.
César…
Decía la voz. No alcanzó a distinguir quién hablaba pero no le interesaba. No mucha gente solía llamarlo por ese nombre.
David, pues. Oyó y casi se le asemejó una queja.
Machuca, sal de donde quiera que estés, sé que no puedes ir muy lejos, decía la voz.
Sintió miedo, quien quiera que estuviera ahí lo conocía.
César…
De nuevo la voz era un susurro.
Tenía ganas de gritar, de salir de su ridículo escondite (que al parecer había servido más de lo que él esperaba) y golpear con todas sus fuerzas a quien quiera que estuviera ahí hablándole de esa manera.
No me iré sin ti, César.
¡JODETE! Le habría gritado si sus labios no estuvieran paralizados de terror.
Es mejor que mueras ahora, entiéndelo.
Por un momento habría pensado que se trataba de una mala broma, quizá su miedo era infundado, pero esa última frase…
Morir es la única salida… Morir es la llave de tu salvación…
Era una persona loca, sólo una persona loca diría algo como eso. Y sólo un loco lo creería ¿Le creo?, se preguntó.
¿Por qué no estás aquí conmigo? Contigo no habría miedo, se dijo.
Sucedió rápido y casi no le dolió, pero era cierto había sentido una especie de aguijón de avispa clavársele en el cuello. A su lado había… había… algo. No supo qué. Entonces ese «algo» se desintegró, se evaporó lentamente. Machuca se sintió seguro como para dejar su escondite. Creyó que el peligro había pasado.
Cuando se puso de pie vio frente a él una silueta, estaba de espaldas, pero reconocería esa silueta donde fuera, así ese «donde fuera» sea su propia casa completamente a oscuras.
¿Qué hace él aquí?, se preguntó, no es que no te quiera aquí… pero ¿Tú? Se me hace muy irreal.
Al parecer su sueño se había cumplido (aún no sabía que se trataba de su pesadilla), pero era cierto. Emmanuel estaba parado justo frente a él, de espaldas, pero frente a él.
Quiso asegurarse y habló sin escuchar ningún sonido. Se acercó lentamente a él. No parecía darse cuenta que Machuca quería hablarle, ni siquiera parecía que notase otra presencia.
Habló de nuevo, o mejor dicho intentó hablar de nuevo sin conseguirlo.
Levantó su mano, ya estaba lo suficientemente cerca para tocarlo y se arriesgó. Le bastó un segundo para arrepentirse.
Apenas lo tocó su cuerpo quedó completamente inmóvil mientras el cuerpo de Emmanuel se deshacía en un montón de hojas negras que se movían por toda la habitación alrededor de él. Lo sabía, había sido demasiado bueno para ser verdad pero se había arriesgado y ahora lo estaba pagando con estas hojas que giraban sin detenerse. Trató de moverse pero no pudo. Su cuerpo se hallaba rígido como una tabla. Fue hasta el momento en que las hojas se posaron en sus manos que comprendió su naturaleza.
Las pequeñas patitas le dieron la respuesta.
No eran hojas.
Se movían, aleteaban, caminaban por su cuerpo, defecaban en él, se protegían con él.
Bichos.
Lo que más amaba se había transformado en lo que más odiaba en un brusco y rápido movimiento.
Los sentía en todo su cuerpo, sentía cómo dejaban huevos por todos lados, sentía cómo nacían pequeños gusanos (que realmente eran larvas) que se arrastraban en cada milímetro de su cuerpo.
Un bicho enorme caminaba sobre su cara, se hallaba en su frente, movía cada una de sus ocho patas con delicadeza, las alas sólo las movía como para presumirlas porque no se iba volando. Caminó por la nariz de Machuca, paso por paso, pata por pata, era un lento sufrimiento.
Machuca tenía ganas de gritar, de vomitar, al menos de morirse. Que nada de eso le estuviera pasando ¿POR QUÉ? No era justo, era muy, muy injusto.
Trataba de pensar en algo bonito, no podía pensar en Emmanuel pues enseguida se acordaba de cómo se había transformado en lo que le cubría el cuerpo ahora. Pero no se le ocurría nada. El bicho que caminaba por su nariz llegó hasta las fosas nasales. Parecía que se había decidido a entrar.
¡¡LÁRGATE!! ¡¡DÉJAME!! ¡¿POR QUÉ?! ¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOO!!! ¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!
Pero no entró a la nariz, encontró, más abajo, un lugar más cálido donde acomodarse, un lugar para poner sus huevos y que sus cientos, no, sus miles de hijos crezcan y se reproduzcan. La boca de Machuca se hallaba abierta, él había ignorado eso desde que se había quedado paralizado. ¿Había estado así siempre? No lo recordaba. No, había intentado hablar y no había podido ¿Por qué ahora tenía la boca abierta?
Una patita, pequeña, diminuta, peluda…
Sintió la segunda… y todo desapareció.
No había bichos, ni Emmanuel (¡qué ocurrencia!), estaba sólo en su casa de nuevo. Así estaba bien. Pero, por alguna razón, se sentía mucho mejor. Todo estaba bien. Nada podía hacer que se pusiera triste o asustado. ¿Había estado asustado alguna vez? ¿Por qué? ¡Qué ridículo! Si la vida es tan bella, tan maravillosa ¿Por qué temer?
Se fue a su cama, pensando sólo en las cosas buenas que tenía en la vida ¡Son muchísimas! Ahora se daba cuenta. No había razón para estar triste nunca más, nunca la hubo.
Se metió a la cama con una sonrisa en el rostro. No notó, desde luego, que la gélida oscuridad ya lo había envuelto por completo…
2 de marzo de 2009
9.21 h
Casi sentía un poco de lástima al ver el cadáver que estaba frente a ella.
Casi.
Miró la sangre que se derramaba lentamente, ya no bombeaba su corazón y ya no podría salir más, pero la sangre que había lanzado al recibir el disparo era la que se esparcía.
Miró su mano, miro su revólver. No le había preocupado el ruido que pudo haber causado, ya se había preparado para una situación así semanas atrás, había mandado sellar todo con plomo (le habían dicho que con eso no se oiría nada y prefirió creerlo fuera verdad o no, usó como escusa su “condición” y la radiación del sol) fue por la noche, nunca nadie lo supo.
Sí, incluso que tuviera que matar a alguien en la misma dirección ya había sido planeado.
Todo había sido cuidadosamente planeado.
Los asesinatos, las juntas, el orden…
Pero no podía evitar sentir que alguien interfería con sus planes, parecía que todo se estaba precipitando. Lo sintió por primera vez el día anterior, cuando alguien deliberadamente atentó en su contra… bueno eso pensó por un momento. En seguida supo que se había tratado de una terrible coincidencia, después de todo nadie sabía que era ella ¿O sí? Le aterró pensar que sí y no le restó importancia las cosas habían cambiado, sus planes tenían que acoplarse a la situación.
Como el cadáver que ahora tengo enfrente.
Lo del día anterior… eso… No. Los sentimientos van fuera de esto, se reprochó.
Pero no podía evitar sentir… una sensación extraña.
Tranquila, se dijo, esto pasará.
Miró el cadáver de nuevo. Tenía que encargarse de ella (o lo que quedaba de ella) cuanto antes y de los demás, se tenía que encargar cuanto antes de los demás. Una llamada, con eso sería suficiente.
Su madre quizá era la mejor opción, su madre siempre ayudaba en estos casos.
O su hermana. Sí, su hermana también era muy útil, no la había ayudado como su madre pero era quizá más útil que ella.
Pero para este caso es mejor… no supo terminar la oración, ninguna era mejor que la otra en ambas habría sospechas, en ambas habría cierto disturbio…
Cierto disturbio. ¡Claro!
La policía vino porque una chica estaba causando mucho disturbio, se la llevaron a su casa y harta de los malos tratos de la Directora y el poco caso que hacía a sus exigencias la había llevado a la salida fácil. El suicidio. Sí, esta vez más dramático que los anteriores, con un arma. Pero también había sido un suicidio
Pero había que hacer cambio de planes, acelerar las cosas a partir de ahora. Porque la estúpida de Verónica, de quien ya tenía suficiente e incluso después de muerta seguía causando alboroto, se había metido en sus planes y los había cambiado todos.
Todo había sido tan preciso… Hasta el día anterior en el que alguien más también había interferido.
Tranquila, todo seguirá bien. Pronto se consumará será tiempo de decir “y no quedó ninguno…” o “dieciocho menos dieciocho da cero…” se burló un poco de las frases que había leído por algún lado y que le habían gustado.
Caminó de nuevo hasta su escritorio, tenía que hacer una llamada.
Entonces pasó al lado del espejo que siempre estaba ahí.
Y se miró ahora a ella misma.
Vio su ojo quemado y se burló también.
Todo comenzó con eso, ¿Verdad?, decía burlona, fue esta la causa de todos los homicidios. Debí ponerme los lentes con ella. Fue mi ojo lo que le dio la respuesta. Al menos, murió con la verdad. Pobre y desdichada Verónica. ¿Cómo se sienten las cosas ahora?
Miró el cadáver una vez más. Sintió asco y se rió de nuevo.
¡Qué divertido!
Últimamente todo resultaba muy divertido, quizá se había vuelto completamente loca.
Lo que hacía, ciertamente, no lo haría una persona “normal” pero ella no era normal, nunca lo había sido.
Aún recordaba ese día del incendio, los había visto correr y ellos nunca se percataron que ella los había visto huir cómodamente esperando la muerte. ¡Y la muerte llegó!
Casi sintió alivió al pensar en la muerte.
Casi.
Se los imaginaba con sus conciencias corroídas lentamente por haber causado tal desgracia a una mujer tan fuerte, sana y llena de futuro.
No se lamenten, me hicieron un favor, pensaba mientras reía.
De nuevo volvió a pensar que estaba loca. No. Los locos no saben que lo están, así que estaba bien.
Soltó una carcajada.
Es sólo que todo esto, la hacía sentir muy bien, era ese el motivo de la risa, de la carcajada.
¿Estaba tan mal parecer una loca sólo porque uno se siente tan bien?
No. De hecho cuando uno está bien es lógico que se ría, que se divierta.
Sí, ella estaba bien, estaba muy bien.
Pero (siempre un maldito pero), pensó que la gente normal no se ríe de las personas que se mueren… Pero ella no se reía de ellos, se reía de lo que pensaban y de lo asustados que estaban ¿Eso era una locura?
Ja, ja, no, eso es normal, decía reprimiendo una risa que cada vez era más incontrolable.
Se acordó del incendio, y sonrió. Se acordó de los muertos y rió. Se acordó de los muchachos asustados, temerosos, confundidos, desconfiados y frágiles que aún estaban vivos y lanzó una ruidosa y estrepitosa carcajada.
Si alguien hubiera estado a su lado, lo habría sabido. Esa mujer había perdido totalmente la razón. Sí, esa mujer estaba completamente loca.
Nadie se quedó en el parquecito en el que, tiempo atrás, solían quedarse horas y horas platicando, divirtiéndose, riendo. Nada de eso existía en el presente, cada uno regresó a sus respectivas casas, incluso los que hacían (casi) el mismo recorrido no habían pronunciado palabra en todo el viaje. Sólo una persona no se fue directamente a su casa.
Ella tenía otras cosas en mente, actuaría como nunca había actuado. Se pondría seria, haría las preguntas correctas, quizá sí se permitiría (¿Por qué no?) una o dos risitas sin mucho escándalo. Pero hablaría enserio. Quería que todo terminara pronto, que todo terminara bien para ella, los demás, francamente, no importaban tanto como para arriesgar su vida por ellos. Sólo arriesgaría su vida por una persona: ella misma.
Caminó a la dirección, cada paso era divertidísimo, a cada paso le daban ganas de reírse a carcajadas como solía hacer.
Siempre la callaban y ya estaba harta de eso. Pero no le importaba, seguiría riendo hasta que se quedara sin risa y creía que eso nunca pasaría a menos que estuviera muerta y le resultó gracioso.
Llegó a la dirección y no se molestó en preguntar si podía entrar o no. La secretaría avanzó detrás de ella y la directora (quien tenía la puerta abierta) le hizo un ademán para que se detuviera.
Viri: Buenas tardes, Directora. Me llamo Viridiana Esmeralda Espino Castillo soy del grupo ciento uno, ése al que llaman “talento”, vengo… yo… Sé que una chica vino aquí antes que yo, su nombre es Verónica Molina, quizá le pudo haber hablado de muchas, muchas cosas. Algunas pueden se ciertas, otras no del todo… pero yo… quiero pedirle, escúcheme bien: pedirle, ni siquiera exigirle que todo esto termine lo antes posible… No sé si usted tenga el poder para hacerlo, pero sé que tiene un poder, al menos, para evitarlo o mejor dicho para facilitarlo…
Directora: Entiendo tus puntos y sé a qué te refieres. Es cierto, vino esa chica aquí pero al parecer no halló alguna solución y se ha marchado, quizá no la vuelvas…
Viri: Oh ya lo sé, ella misma me dijo que no sabríamos nada más de ella desde el momento en que viniera a hablar con usted.
Directora: Es un poco dramática tu amiga.
Viri: Lo es, sí, lo sé… pero debe de entender
Directora: Entiendo perfectamente…
Viri: ¿En serio?
Directora: Sí, aunque lo dudes.
Viri: Yo no dudo de nada… es sólo que…
Directora: Sé lo que estás pensando
Viri: Ni siquiera yo lo sé
Directora: Cálmate, ya todo está para terminar, para ti y para todos tus amigos… especialmente para ti.
Viri: ¿Lo dice enserio?
Directora: Por supuesto…
Y terminando de decir eso lanzó una carcajada. Viridiana observó como sus ojos se llenaban de lágrimas, eran parecidas, las dos lloraban cuando se reían demasiado. Entonces no pudo más y, también, soltó una ruidosa carcajada. La puerta se cerró tras ella y su carcajada terminó.
En aquellos momentos Machuca divagaba sobre el futuro incierto que aún le esperaba (si es que tenía un futuro realmente). La muerte de sus compañeros le había hecho replantearse toda su vida ¿Había hecho lo que había querido? ¿Había logrado lo que había deseado? ¿Había alcanzado un momento en el que irse no representaría una derrota? Se respondió que no a todo. En aquel instante su madre acababa de salir, sus hermanos trabajaban. La soledad era algo que siempre le había gustado (no para quedarse solo una vida entera, pero sí para desear un rato a solas y hablar consigo mismo). Aunque, a veces, siempre deseaba cierta compañía, se preguntaba por qué no estaría él a su lado ¿Qué tiene que hacer una persona para ser feliz?
Si tan sólo él estuviera conmigo ahora, podría morir tranquilo, no me importaría no saber quién nos causa todo esto, por qué o nada de esas mierdas… si él estuviera conmigo hasta me gustaría morir…
Y, al parecer, la mitad de sus deseos fueron concedidos.
Fue tan rápido que en seguida lo olvidó, pero reconoció la voz de quien había hablado la tarde anterior. ¡¡El detective Rigg!! Claro, teniendo como ayudante un policía todo resultaba más fácil, ahora lo entendía. Quizá aunque las declaraciones (eso de que nunca nadie veía a nadie salir de las casas donde se cometían los crímenes o que no se escuchaba ruido alguno o, incluso, que la escena estuviera tan limpia de huellas o cosas que sirvieran para inculpar a alguien) eran falsas, como todo lo que había dicho la policía hasta ahora. Todo era una mentira, una red de engaños fríamente labrada para impedir que unos simples estudiantes resolvieran ese acertijo solos, porque sin la policía estaban solos. Ellos eran su única ayuda y si la ayuda también era el enemigo… entonces ¿¡Qué carajo!?
Su amigo dormía profundamente, no entendía como había podido conciliar el sueño, ella lo había intentado pero no había logrado más que bostezos sin sueño.
No lo soportó más y despertó a su amigo.
Jessica: Beto, Beto, despierta…
No respondía.
Jessica: ¡BETO!
No se movía. Jessica llevó su mano a la nariz de Beto y sintió su respiración.
Jessica: ¡¡¡Detective Rigg!!! Algo le pasa a mi amigo… ¡¡No respira!!
Escuchó algo como “maldición” y luego las puertas abrirse de par en par.
Ese era el momento, tenía que aprovecharlo.
Pilar estaba sentada en su cama, estaba llorando, sumergida en pensamientos que no la hacían sentirse mejor. No podía evitar sentir culpa, ella había causado todo, absolutamente todo, todo había sido su culpa… Porque ella pudo haberlo detenido en cualquier momento, pero prefirió seguir por eso, aunque no fuera culpa suya, se culpaba de todo.
¿Y dónde demonios estaba Mariza? Esa puta fue la que inició todo. Y ahora sin más ni más desaparece como la cabrona que es.
Aunque trataba, no lograba calmarse, no lograba responderse ninguna pregunta ni siquiera usaba el “Porque…” se le hacía estúpido en un momento como ese… Bueno siempre le había parecido estúpido pero ese era el chiste y ahora no era momento para chistes.
Siguió llorando.
Ricardo estaba acostado en su cama, oía música. Eso era lo único que lograba relajarlo en un momento como ese. Cuando se ponía sus audífonos y ponía su música a todo volumen se transportaba lenta o rápidamente a otro mundo, dependía mucho de la canción la velocidad con la que ocurría eso. Recibió una llamada que interrumpió abruptamente su canción. Era Madison quien llamaba.
Ricardo: Hola, Madi ¿Cómo estás?
Madison: He estado mucho mejor…
Ricardo: Si lo sé
Madison: ¿Tienes tiempo para platicar?
Ricardo: Todo el que quieras…
Paco estaba sentado al lado de la camilla, no se había movido del asiento desde que había llegado. No importaba lo doloroso o insufrible que se le hiciera cada segundo ahí. No se movería ni aunque un incendio atacara el hospital… bueno, tal vez sí pero se la llevaría a ella consigo. No había parado de hablar desde que había llegado, contaba cada detalle del día, no solía recordar aspectos muy importantes pero desde que “eso” le había sucedido a ella recordaba todo muy bien, no quería que ella se perdiera ningún detalle.
Paco: Entonces llegó Vero y nos contó sobre sus deducciones. Mariano trató de negarlo pero no tuvo ni con qué, Vero los atacó por todos los lados no tuvieron ni cómo contraatacar je, je. Ya verás pronto recibirán su merecido, tú te pondrás mejor y así. ¿Crees que ellos hayan causado todo esto? Como lo que te pasó a ti, por ejemplo.
No sabía si ella podía escucharlo, los doctores habían dicho que no pero ¡qué diablos!
Paco: Luego Vero se fue. Se veía muy alterada… bueno todos lo estábamos pero creo que ella más que nosotros.
Y siguió con un monólogo que parecía no iba a terminar pronto.
Entonces todo sucedió de manera tan inesperada como rápida. No es que no lo viera venir era sólo que no estaba preparado para tal acontecimiento. Las luces se fueron de una manera insólita que por un momento dudó si no había sido él quien se había apagado. Entonces comprendió que aún era él mismo, que aún podía moverse, hablar, gritar no lo sabía, no lo intentó, pero ganas no le faltaron, pero fue como si se paralizara de pronto. La puerta fue golpeada. No le cabía duda de que habían ido a “buscarlo” a él.
Se escondió bajo una mesa. Ya sabía que era un escondite estúpido y ridículo pero no le importó, fue el mejor lugar que encontró.
Sus ojos se iban acostumbrando a la oscuridad, no podía ver con claridad, pero sí distinguía formas y siluetas.
Si tan sólo él estuviera conmigo… esto no me molestaría, no me asustaría… ¿Por qué las cosas tienen que ser así? ¿Por qué terminar de esta forma tan cruel? ¿POR QUÉ?
Oyó que alguien susurraba su nombre.
César…
Decía la voz. No alcanzó a distinguir quién hablaba pero no le interesaba. No mucha gente solía llamarlo por ese nombre.
David, pues. Oyó y casi se le asemejó una queja.
Machuca, sal de donde quiera que estés, sé que no puedes ir muy lejos, decía la voz.
Sintió miedo, quien quiera que estuviera ahí lo conocía.
César…
De nuevo la voz era un susurro.
Tenía ganas de gritar, de salir de su ridículo escondite (que al parecer había servido más de lo que él esperaba) y golpear con todas sus fuerzas a quien quiera que estuviera ahí hablándole de esa manera.
No me iré sin ti, César.
¡JODETE! Le habría gritado si sus labios no estuvieran paralizados de terror.
Es mejor que mueras ahora, entiéndelo.
Por un momento habría pensado que se trataba de una mala broma, quizá su miedo era infundado, pero esa última frase…
Morir es la única salida… Morir es la llave de tu salvación…
Era una persona loca, sólo una persona loca diría algo como eso. Y sólo un loco lo creería ¿Le creo?, se preguntó.
¿Por qué no estás aquí conmigo? Contigo no habría miedo, se dijo.
Sucedió rápido y casi no le dolió, pero era cierto había sentido una especie de aguijón de avispa clavársele en el cuello. A su lado había… había… algo. No supo qué. Entonces ese «algo» se desintegró, se evaporó lentamente. Machuca se sintió seguro como para dejar su escondite. Creyó que el peligro había pasado.
Cuando se puso de pie vio frente a él una silueta, estaba de espaldas, pero reconocería esa silueta donde fuera, así ese «donde fuera» sea su propia casa completamente a oscuras.
¿Qué hace él aquí?, se preguntó, no es que no te quiera aquí… pero ¿Tú? Se me hace muy irreal.
Al parecer su sueño se había cumplido (aún no sabía que se trataba de su pesadilla), pero era cierto. Emmanuel estaba parado justo frente a él, de espaldas, pero frente a él.
Quiso asegurarse y habló sin escuchar ningún sonido. Se acercó lentamente a él. No parecía darse cuenta que Machuca quería hablarle, ni siquiera parecía que notase otra presencia.
Habló de nuevo, o mejor dicho intentó hablar de nuevo sin conseguirlo.
Levantó su mano, ya estaba lo suficientemente cerca para tocarlo y se arriesgó. Le bastó un segundo para arrepentirse.
Apenas lo tocó su cuerpo quedó completamente inmóvil mientras el cuerpo de Emmanuel se deshacía en un montón de hojas negras que se movían por toda la habitación alrededor de él. Lo sabía, había sido demasiado bueno para ser verdad pero se había arriesgado y ahora lo estaba pagando con estas hojas que giraban sin detenerse. Trató de moverse pero no pudo. Su cuerpo se hallaba rígido como una tabla. Fue hasta el momento en que las hojas se posaron en sus manos que comprendió su naturaleza.
Las pequeñas patitas le dieron la respuesta.
No eran hojas.
Se movían, aleteaban, caminaban por su cuerpo, defecaban en él, se protegían con él.
Bichos.
Lo que más amaba se había transformado en lo que más odiaba en un brusco y rápido movimiento.
Los sentía en todo su cuerpo, sentía cómo dejaban huevos por todos lados, sentía cómo nacían pequeños gusanos (que realmente eran larvas) que se arrastraban en cada milímetro de su cuerpo.
Un bicho enorme caminaba sobre su cara, se hallaba en su frente, movía cada una de sus ocho patas con delicadeza, las alas sólo las movía como para presumirlas porque no se iba volando. Caminó por la nariz de Machuca, paso por paso, pata por pata, era un lento sufrimiento.
Machuca tenía ganas de gritar, de vomitar, al menos de morirse. Que nada de eso le estuviera pasando ¿POR QUÉ? No era justo, era muy, muy injusto.
Trataba de pensar en algo bonito, no podía pensar en Emmanuel pues enseguida se acordaba de cómo se había transformado en lo que le cubría el cuerpo ahora. Pero no se le ocurría nada. El bicho que caminaba por su nariz llegó hasta las fosas nasales. Parecía que se había decidido a entrar.
¡¡LÁRGATE!! ¡¡DÉJAME!! ¡¿POR QUÉ?! ¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOO!!! ¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!
Pero no entró a la nariz, encontró, más abajo, un lugar más cálido donde acomodarse, un lugar para poner sus huevos y que sus cientos, no, sus miles de hijos crezcan y se reproduzcan. La boca de Machuca se hallaba abierta, él había ignorado eso desde que se había quedado paralizado. ¿Había estado así siempre? No lo recordaba. No, había intentado hablar y no había podido ¿Por qué ahora tenía la boca abierta?
Una patita, pequeña, diminuta, peluda…
Sintió la segunda… y todo desapareció.
No había bichos, ni Emmanuel (¡qué ocurrencia!), estaba sólo en su casa de nuevo. Así estaba bien. Pero, por alguna razón, se sentía mucho mejor. Todo estaba bien. Nada podía hacer que se pusiera triste o asustado. ¿Había estado asustado alguna vez? ¿Por qué? ¡Qué ridículo! Si la vida es tan bella, tan maravillosa ¿Por qué temer?
Se fue a su cama, pensando sólo en las cosas buenas que tenía en la vida ¡Son muchísimas! Ahora se daba cuenta. No había razón para estar triste nunca más, nunca la hubo.
Se metió a la cama con una sonrisa en el rostro. No notó, desde luego, que la gélida oscuridad ya lo había envuelto por completo…
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